Un evento de la naturaleza acabó con su vivienda; ahora pide a Dios por una nueva

“Tembló. El golpe sonó demasiado fuerte y todo se oscureció”. Así comienza el relato de Emilia Alvarado, una madre venezolana de 30 años, habitante de la comunidad “La Ventosa” en Barquisimeto; ella ahora está damnificada por la pérdida de su vivienda tras el derrumbe de una montaña debido a las lluvias.

“Encendí la linterna de mi teléfono y vi que la tierra estaba encima de las camas de mis niños. Quedé atrapada con mis tres niños porque parte del cerro se derrumbó”, relata la barquisimetana entre lágrimas.

Emilia cuenta que entre el alud, la oscuridad y la conmoción por lo ocurrido no hallaba salida; quedó sepultada con poco margen de movilidad. Esto mientras crecía la angustia por no saber de sus hijos.

“No hallaba salida, hasta que lo único que pude hacer fue romper algo y hacer un hueco para escapar”.

A pesar de la magnitud de su desgracia, Emilia no deja de agradecer a Dios por seguir con vida, y en especial por sus pequeños hijos. Aún así, los reproches también se hacen camino entre sus pensamientos.

“Estoy agradecida porque lo que pasó no se cobró la vida de ninguno de nosotros. Pero también le pregunté a Dios por qué, si sabe mis necesidades y lo que he estado pasando”.

Emilia no era la única con preguntas sin responder. Sus niños, entre su inocencia y su avidez de certidumbre, preguntan a su madre dónde vivirán y qué será de ellos. Dios es la única fuente de consuelo para esta mujer y para sus niños.

“Mis hijos me preguntaban que en dónde viviríamos ahora. Y lo único que les podía decir es que Dios aprieta pero no ahorca. No nos abandona. Y aquí estamos aún, vivos, que es lo más importante”.

Pesadillas van y vienen cada noche, particularmente para los niños, y así como el microcuento de Monterroso: el dinosaurio todavía estaba allí al despertar. Siempre que llueve, que se escucha un estruendo, se despiertan espantados por los recuerdos de la fatídica noche.

Esto ocurre mientras la pequeña familia está a la espera de la adjudicación de una vivienda, un nuevo hogar. “Cuando llueve mis niños se despiertan en la madrugada. Aún les queda esa secuela de lo que pasó”, confiesa Emilia, quien sigue refugiada en su fe hacia Dios.

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