Este domingo, 5 de mayo, Panamá se enfrentará a unas elecciones generales que buscan marcar un hito en la historia democrática del país, en un panorama que se torna cada vez más complicado, con una economía en crisis y una gobernabilidad democrática amenazada por la corrupción y el agotamiento de los partidos tradicionales.
La campaña electoral ha estado marcada por la incertidumbre, con la designación de José Raúl Mulino como candidato presidencial in extremis, tras la inhabilitación política de Ricardo Martinelli, expresidente condenado por blanqueo y asilado en la Embajada de Nicaragua. El pleno de la Corte Suprema de Justicia falló a favor de la participación de Mulino en los comicios, donde lidera las encuestas.
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El efecto Martinelli ha sido una constante en la campaña, con duras críticas al Tribunal Electoral por permitir su activismo político desde su asilo en Nicaragua. Esto ha generado tensiones diplomáticas entre Panamá y Nicaragua, y ha elevado la atomización del voto, con ocho candidatos presidenciales en la papeleta y cuatro con opción de triunfo.
A esto se suma la crisis económica derivada del manejo de la pandemia que ha sido otro factor determinante en estas elecciones, con un alto gasto público, deuda pública elevada y problemas en sectores clave como el canal interoceánico y la minería. Ante ello, se genera la necesidad de un ajuste fiscal que involucre la reducción del gasto y una reforma de la seguridad social.
Por otro lado, el impulso de los independientes, representados por jóvenes diputados salientes como Juan Diego Vásquez y Gabriel Silva, busca conquistar espacios en la Asamblea Nacional a través de la plataforma Vamos. Su objetivo es iniciar una transformación y acabar con la «dictadura de los corruptos» en el Parlamento.
Este domingo Panamá se enfrentará a unas elecciones históricas, que marcarán el futuro del país en medio de una crisis económica y política.
